
By Javier Salazar Calle
Dicen que el amor es un proceso químico, que la atracción inicial depende de lo que a nuestro cerebro le transmite el olor de la otra persona, que por instinto nos atraen las personas con sistemas inmunitarios diferentes al nuestro por mejorar la carga genética de nuestros descendientes. Cuando nos enamoramos, en esa fase inicial de mariposas en el estómago, el cuerpo libera sustancias químicas que nos hacen sentir bien como la dopamina con su sensación de placer y euforia, la norepinefrina que es una inyección de adrenalina que puede hasta quitarnos las ganas de dormir o comer y la feniletilamina que hace que todo sea más intenso (y que está en el chocolate, lo que explica los atracones de éste en momentos de bajón). Vamos, que cuando piensas en la otra persona y se te cae la babilla, es tu cerebro dándote pastillas. Cuando el amor ya está asentado nuestro cuerpo, que es muy listo, cambia a otros componentes como la oxitocina, que se libera con el contacto físico (incluyendo el sexo), o la serotonina, que nos hace sentir felices al lado de nuestra pareja (aunque el cuerpo acaba acostumbrándose y por eso hay gente que, en búsqueda inconsciente de una dosis mayor, cambian constantemente de parejas) ¿Y cuándo el amor se va al traste por lo que sea? Pues nuestro cuerpo deja de recibir todas esas “drogas naturales” y nos sentimos mal, tristes, angustiados. ¿Y los celos? Los científicos también tienen explicación para eso: el cortisol, que dispara la falta de confianza y la frustración.
Pues nada, no tenemos nada que hacer entonces. ¿O sí? Yo soy más optimista que un punto de vista estrictamente científico. Creo que, dentro de una pareja, cada uno podemos ser nuestro propio alquimista. La búsqueda de la piedra filosofal que transforma el plomo en oro aquí no sirve. Cada pareja tiene una fórmula diferente. Hablamos más de una alquimia espiritual o alquimia hermética, que nos permite convertir las dificultades y carestías en aportes constructivos. No hay vida perfecta, todas tienen obstáculos. Lo que pasa es que cada persona tiene sus obstáculos e, incluso, para el mismo obstáculo en dos parejas diferentes la solución es distinta. Tenemos carencias personales, problemas, rechazos y dolor. La diferencia es cómo los afrontamos. Esto no quiere decir que todo tenga solución. Seamos realistas, hay parejas que no tienen más futuro de lo que han vivido y que, incluso, han vivido más de lo que deberían. Pero también las hay que tienen posibilidades para seguir de por vida.
¿Y cómo empiezo? ¿Hay algún kit como el que teníamos de pequeños de Quimicefa? Pues no. Yo recomendaría algo sencillo. Dos cosas muy fáciles:
- Mirarse a la cara. Cada vez hay más estudios que demuestran que el contacto visual cambia lo que pensamos sobre la persona que nos mira. Mirar fijamente a los ojos a alguien lanza unos procesos en el cerebro que nos hace ser más conscientes de la existencia de esa persona y de nosotros mismos. Reduce nuestra concentración en otras cosas, interfiere con la capacidad de usar información y moldea la percepción que tenemos de la otra persona. Ponte en un sitio con una luz tenue, mira a los ojos a tu pareja y sonríe. Que tu sonrisa se transmite a través de tu mirada. Mantened ese contacto visual unos minutos y ved, nunca mejor dicho, que sentimientos remueve eso. Dicen que hasta las pupilas se mimetizan, contrayéndose y dilatándose a la vez, que aumenta el nivel de intimidad con tu pareja, que tu cuerpo te da una buena dosis de todas las sustancias que comentaba al principio. Mucha gente ha experimentado sensaciones extrañas e increíbles haciendo este sencillo ejercicio. Es una forma muy fácil de intentar reencontrarte con sentimientos y sensaciones.
- Tocarse. En este punto lo fácil es pensar en el sexo, aunque no es eso. Al menos no solo eso (el sexo entre enamorados no deja de ser una conversación íntima, piel contra piel). Pensando en las parejas que he conocido a los que le fueron mal, no recuerdo ninguna que lo dejasen y dijesen algo como “en la cama éramos geniales, había mucha conexión, pero lo dejamos por…”. Lo que no sabría decir es si el sexo, o su falta, es un síntoma o un efecto (o tal vez ambas cosas a la vez). En este punto me refiero a cosas mucho más sencillas. Vuelve a dar la mano a tu pareja cuando caminéis por la calle, apoya tu cabeza en sus piernas cuando te tumbes para ver la televisión por la noche, dale un beso suave y largo en la frente sin venir a cuento o, combinándola con la propuesta anterior, acaricia su cara despacio sin dejar de mirar a sus ojos.
Estas sencillas propuestas no salvarán tu vida de pareja (o sí, quién sabe), pero pueden suministrarte una dosis de hormonas que ayude a poner de nuevo en marcha, o a mantener en correcto funcionamiento, la máquina de química de tu cerebro. Un empujoncito fácil de implementar, con nulos efectos adversos y unos grandes posibles efectos secundarios.
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