
Escribir es agregar un cuarto a la casa de la vida.
BIOY CASARES – BORGES – VICTORIA OCAMPO
Bioy, el gran Bioy, se ha tenido que refugiar en la Isla de Borges porque los Maestros Cartógrafos no le han asignado todavía una. Allí se encuentra cómodo: una enorme biblioteca, gigantesca como una crisálida que pariera libros acá y allá, los distrae a los dos, en tardes donde apuran un té disfrazado de mate. Borges ordena los libros, mientras Adolfo, abajo, desde el primer peldaño de la escalera, lo entretiene de una y otra lectura con sus extrañas interjecciones sujetas al usted (pese a tantos años de amistad):
–Che, fíjese, Borges, que yo regalé el primer tomo de la Británica creyéndola insulsa. Y usted que monta toda una teología con ella. ¡Como si no existieran Las mil y una noches, versión Galland!
Borges, en el último piso de la escalera, parece que sujeto a una oscura refutación de Santo Tomás, guiña el ojo libre y exclama:
–Más libre y más veraz es la del Capitán Burton, Bioy.
–Le confieso, Jorge Luis, que tanto árabe desbocado, enceguecido por su destino, me provoca una nostalgia porteña muy grande.
–¿Quién lee y ve árabes entre las arenas, Bioy? Yo solo veo gauchos y trasuntos de Corrientes y Santa Fe…
