
Entre las flores, un tazón de vino. Bebo solo, ningún amigo está cerca.
Levanto mi copa, invito a la Luna y a mi sombra, y ahora somos tres.
LI-PO – MATSUO BASHO – KOBAYASHI ISSA
Como el Servidor Central, demasiado norteamericanizado, no les había concedido una isla en propiedad, los poetas orientales ocuparon momentáneamente la de Murakami, que aún vivía (por muchos años prósperos, llenos de nieve y de flores, dijo Basho), aunque moría un poquito cada año, cuando concedían los Premios Nobel.
Pronto, no obstante, Occidente le concedió un islote a Matsuo Basho. A Li-Po, para no traicionar en esta vida su fama en la vida mundana, le apetecía beber a orillas de cualquier río, hasta que llegaba la noche, porque no le gustaba dejar a su amada Luna sin una copita. Habiendo acabado con toda la provisión de xifengjiu, su licor de cebada con sabor a guisante, se apropió del sake de Issa y Basho. Le entraba todo. Acabó brindando con la Luna y con su sombra, pero pronto fueron no tres, sino seis por lo menos.
Basho mientras tanto, cansado de dar vueltas por el islote (otro al que le gustaba perdurar en sus costumbres de vivo), se paró contemplativo a ver cómo desfilaban las estaciones. No le gustaba un pelo que Li-Po, ebrio de arroz y de guisantes (así lo llamaba él) hiciera avioncitos de papiro con sus haikus. Entretenido en captar los pequeños detalles, se enojaba cuando la mosca no despegaba ante él sus alas, transparentando el polen de los narcisos.
El gran Issa, más pusilánime, gustaba de la soledad (siempre mejor que desgraciar a todo aquel que se le arrimaba). Sus haikus, sobrios y concienzudos, vibraban por toda la isla, haciendo una enorme colmena de todo su contorno. Fue en un saliente donde, con todo su amargamiento desbordándose por los poros, gritó:
我と来て遊べや親のない雀
Con lo quiso decir algo como: Juega conmigo, gorrión sin padres. Y a Li-Po, que le dio llorona, no se le ocurrió otra cosa que abrazarse a él. Para su desgracia, claro.
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