

Son las nueve de la noche. Tras un crujido infernal y un enorme estruendo al golpear unas hojas con otras, las puertas de la Catedral se cerraron a cal y canto. Creando en el interior un silencio sobrecogedor.
Mercedes se hallaba sentada frente a la capilla de la Virgen Blanca iluminada con una veintena de velas de cera auténtica. Aunque no vivía en la ciudad sí se desplazaba a ella en la medida de lo posible. Le gustaba estar un tiempo a solas con sus pensamientos y sus escritos.
Tan abstraída estaba que no se percató del cierre de las puertas del lugar. Seguía a lo suyo pensativa y garabateando notas quizás para un próximo libro. Pasaba el tiempo y seguía sentada frente a la capilla que le daba algo de luz con las velas.
En la lejanía se podían escuchar lascampanas de un reloj….DONG, DONG..
Y así hasta doce en medio de la espesa niebla. Como mujer precavida siempre tenía en su bolso un paquete de frutos secos variados, chocolatinas y dátiles. Sin darse cuenta de la hora y que se hallaba encerrada en la catedral se dispuso a dar cuenta del tentempié. Metió una mano en la bolsa para comer una almendra…en ese instante noto como otra mano rozaba la suya queriendo coger la misma almendra. Una mano pálida y huesuda, paecía un difunto.
Mercedes no se asustaba con facilidad y siguió a lo suyo, comerse los frutos secos que traía. Antes de que ella cogiera otro, la mano intrusa se adelantó y alcanzó un puñado de aquellos. Al tiempo, una extraña humareda de vapor de agua comenzó a elevarse a través de los muros con » aroma a humanidad». Era un misterio, como si las termas romanas cuyos restos están bajo la Catedral volvieran a funcionar. No era sólo eso, como por arte de magia del enorme órgano comenzaron a escucharse las notas del Ave María de Schubert. En aquel momento Mercedes percibió con alguien arrastraba los pies y se acercaba a su banco. Una sensación escalofriante le invadía todo el cuerpo. Su piel empapada del cuello a los pies. Sentía el castañetear extraño de los dientes de aquel espectro mientras comía sus frutos secos. El Rey Ordoño ll era el que se atrevía con su mano blanca y huesuda a comerse las almendras. Y quiso atreverse a más. Rodeó con sus manos la garganta de Mercedes y comenzó a hacer presión sobre ésta hasta hacerle perder el conocimiento, cayendo a lo largo del banco donde había estado sentada.
La música continuaba sonando mezclándose sus notas con aquel vapor que se colaba por los muros. Mercedes, al recobrar la consciencia se halló rodeada de varias formas espectrales que la miraban. El Obispo San Alvito, un guerrero decapitado con su propia cabeza en la mano y aquella mujer de blanco penando por su amado que nunca regresará. Ante los ojos de Mercedes se hallaban, cuando entre el humo y por arte de magia apareció San Isidoro que acababa de ausentarse de su Basílica para reunirse con los demás como lo hacía cada noche. El Ave María de Schubert continuaba acompañando a los presentes sin descanso.
Pasaron las horas y las lejanas campanas tocaban a madrugada cuando el sol teñido de púrpura y Ámbar pintaba el cielo de la ciudad .DONG, DONG… De pronto el órgano cesó su música, los frutos secos desperdigados por el suelo ya no estaban, se los habían comido. Todo estaba de nuevo en silencio.
El Rey Ordoño ll regresó pálido a su sarcófago, San Isidoro a la Basílica y los demás se perdieron entre los muros igual que el vapor de agua y » humanidad ‘ que regresó a las ruinas termales. Los primeros rayos solares cruzaron las vidrieras creando reflejos coloristas únicos en cada uno de los muros. Cuando las lejanas campanas dieron las nueve, un sonoro crujido de herrajes anunciaba que las puertas de la Catedral se abrirán otro día más. Mercedes aprovechó momento para intentar salir sin llamar la atención evitando preguntas y situaciones incómodas.
Las leyendas no siempre son verídicas, pero no siempre han de ser fantasía.
Relato basado en una leyenda de una serie de personajes de la historia leonesa que deambulan cual fantasmas por el interior de la Pulchra Leonina cuando la noche acecha la ciudad.