By Fran Arge

Por cinco céntimos, el pequeño Mario no podía comprase uno de los pastelitos que se exponían en el escaparate de la pastelería y que hacían las delicias de los transeúntes. El pastelero rudo, y amargo de carácter no perdonaba ni un céntimo. Alegando que; mucho tenía que trabajar para mantener su negocio. Con el rostro mustio, Mario se contentó desde la calle a observar los dulces y hacer volar su imaginación con la nata manchando sus labios y el azúcar corriendo por su paladar. Cuando volvió a la realidad, el pastelero empezaba a recoger para cerrar. Este, se acercó a la exposición donde agarró la bandeja de los pastelitos y los vació en una bolsa de basura para seguir con otros dulces diferentes. Al poco, salió a la calle en dirección al container donde tiro la bolsa en su interior para luego volver a su trabajo. El pequeño Mario, observó su dinero, lamentando que le faltaran cinco céntimos.