
Poema inédito del libro: En busca de la gracia
Si pudiera volver donde los campos,
donde el quejido oculto de la esquila,
donde las horas tienden sus espejos hasta el límite incierto de los dioses,
donde el pie se nos hunde en el camino
y dibuja la huella
exacta y puntual de nuestro peso y la fragilidad de nuestro amor,
se abriría esa fiesta cada tarde
del beso de la lluvia en los cabellos
como si ese fuera su atributo:
mostrarnos el concepto de la helada, la tenue gravedad y sus enigmas.
Si pudiera esperar como aquel tiempo en el que nada hicimos
salvo admirar la solidez celeste,
manchadas poco a poco sus riberas por la voz de la bruma,
y estudiar un instante a las arañas
en su escarceo textil sobre el arbusto,
me detendría al fin a adivinar
la altura de los robles, la anchura de estas palmas capaces de abrazarnos;
te buscaría en los ojos que me prestas
al decir que este bosque se hizo para mí,
que ese pinzón que tiembla sobre el cable
nos cantó esta mañana en el alféizar
cuando aún simulábamos el sueño.
Porque todo existía antes de todo,
antes de que el cansancio nos ganara,
antes de que pudiéramos llegar,
como viejos pastores que volvieran
de construir henales y esquivar a la muerte,
al vado pedregoso del verano.
Si regresara allí, si pudiera volver al punto justo
en que tuve la insólita certeza
de la felicidad,
esa dicha que deja la infancia en nuestros ojos
antes de la caída o la sorpresa de que el mundo no es como creemos,
se nos otorgarían
las anchas ceremonias de la tarde, la perpetuidad del regocijo.
Entonces, sin dudarlo,
te tomaría la mano,
y no te dejaría
marchar como ahora veo que te alejas
en esta tarde larga y sin orillas
en que la vida, a veces, se convierte.
Elena Marqués