
Cruzamos en un bote
la desembocadura,
temprana como un grito.
Apenas un minuto de trayecto
y atrás quedan las garzas, las cigüeñas,
el rastro apresurado del cangrejo
campeando el reflujo.
Los pescadores hunden sus cinturas
en la lama que huele a podredumbre.
Apenas un minuto
entre desconocidos,
sobre la superficie de la espuma,
sorteando el azar.
La lengua del barquero nos recuerda
que somos extranjeros
en un sueño de agua.