
Tres años desde la primera estación,
la del deslumbramiento,
la de los amores diáfanos,
la de la comunión entre tu causa y mi pluma.
Quién hubiera imaginado,
entre tanta belleza
de aguas turquesas
y amapolas alumbradas,
de arreboles amanecidos
y musgos abrazadores de pies descalzos,
de manos entregadas
y panes compartidos,
de futuros brindados ¡hasta la victoria!,
que tu historia sería un puñal clavado en mi pecho.
Que serían míos
tu dolor, tu grito, tus fantasmas, tu soledad,
tus ruinas.
Pero las estaciones mueren
y renacen en un círculo eterno,
y vamos sorteando escollos,
nabateando tempestades,
espantando miedos,
cicatrizando heridas.
Y hoy
me siento
más viva que nunca,
te siento
más vivo que nunca.
Nos sobran razones y agallas
para plantar nuestra alegría
y pregonar que
nada puede
la cobardía frente al valor,
el olvido contra la voluntad,
la infamia ante la honestidad.
Esa es nuestra bandera.
He vuelto a tu paisaje,
que es ya también un poco mío,
con tu luz y mi pluma,
con mi voz y tus palabras.
Esas
que ya nunca se llevará el viento,
que ya siempre me pertenecerán,
por horas de sudor y lágrimas,
por hacer de tu piel mi piel,
por dejarme embaucar por tu magia,
por haberte amado,
por entregarte estos años,
de ilusión y perseverancia.
Una golondrina pinta el aire con sus acrobacias
y, ¡qué cosas!,
cómplice de mis sentimientos
se me antoja.
Parece ella perspicaz, inocente, generosa,
querer aliviar esta pena mía
tan honda, tan extensa, tan espantosa.
Evocar otros atardeceres más livianos,
traer de vuelta a mi madre y a mi padre,
invitar a los amigos lejanos al banquete
de los sueños cumplidos.
Y es en este instante de epifanía,
cuando sin saberlo sé
que quien no rebla
gana,
que el llanto anega de consuelo el alma,
que Jánovas hiere
pero también sana,
que ha llegado la ansiada estación,
la estación del Mañana.
Y el puente permanece en pie
bailando sobre las aguas poderosas.
Y los nogales dan más frutos que nunca.
Y las calles se visten de risas,
y los balcones de
rosas.
Y la fuente guarda los secretos de los mozos,
sorprendida
de cuán poco cambian
los rubores del cortejo.
Y los fenales reverdecen,
y los brazos,
fuertes, cargados de razón, orgullo y amor a la tierra,
levantan casas,
palmo a palmo,
piedra a piedra.
Y las chamineras charran de nuevo.
Y la justicia son las manos de mi Paca.
Y la esperanza sus ojos verdes.
Y la concordia su risa en cascada.
Y tú, amado Ara,
tan señor, tan sabio, tan mágico,
luces tus mejores galas
y ruges con tu voz más clara,
proclamando tu majestad.
Siempre libre,
siempre virgen.
Y yo me iré.
Me iré pero volveré.
Volveré a sentarme a tu orilla,
a beberme
los últimos fulgores de cielos incendiados,
a aspirar
tu esencia de siglos de historia,
a acariciar
tu piel y empaparme de tu pureza,
a contarte
mis luchas y mis desvelos,
mis logros y mis fracasos,
mis alegrías y mis tristezas,
mis anhelos y mis nostalgias,
A asombrarme
una vez más de tu belleza.
Y
por siempre, para siempre,
a agradecer
la paz y la palabra.
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