
Los segundos apuran dando consejos de última hora a los luchadores. El público jalea impaciente, deseando que dé comienzo el combate. Tiburón mantiene su mirada rabiosa sobre su oponente. Este parece estar demasiado tranquilo. Escucha con atención las palabras de su joven entrenadora y asiente con la cabeza. No le presta la más mínima atención. Eso, sumado a la derrota que sufrió en aquel entrenamiento, le hace hervir la sangre.
El robot desciende unido al techo por un tubo metálico. Al llegar al ring aparece el holograma de un árbitro encima de la carcasa. Este da el aviso para que se retiren los segundos y los púgiles acudan al centro. Tigre y Tiburón se desafían con la mirada. Tiburón arde en deseos de probar sus nuevas prótesis. Tiene los brazos recubiertos de biometal con una xerigrafía llamativa de unas mandíbulas abiertas.
—Voy a vengarme —dice Tiburón apenas conteniendo su rabia.
La diferencia de altura entre él y Tigre no le amedrenta. Se muestra agresivo, mucho más que su rival. Tigre le sostiene la mirada, pero no refleja ni un solo ápice de ira, rencor o desprecio. Es como si el contrincante que tiene delante no fuese una amenaza mayor que un saco de entrenamiento.
El árbitro pide confirmación de que han comprendido las reglas del juego. Nadie le ha prestado atención. Los boxeadores asienten mecánicamente, chocan los guantes y se retiran un paso atrás cada uno. Suena la campana y Tiburón se lanza al ataque con furia. Tigre logra esquivarle con bastante agilidad y trata de mantener cierta distancia. Su altura le da cierta ventaja al tener el brazo un poco más largo.
—Parece que tu entrenamiento en defensa ha tenido éxito —dice Simón. —Juego de pies, agachar la cabeza, echarse hacia atrás… Es increíble. Te doy mi más sincera enhorabuena.
Eva sonríe ampliamente por el elogio.
—Gracias. Me he esforzado mucho en hacerle entender la importancia de la esquiva. Tigre es muy ofensivo y confía demasiado en los bloqueos. Le hice ver que eludir los golpes a veces resulta mucho más rentable.
—Lo que me sorprende es que te haya escuchado. Es evidente que Tigre no es nuevo en esto. Ha peleado muchas veces antes y tiene algunos vicios. Se le nota. Pero que los haya corregido tan rápidamente me deja atónito. Quizá no seas tan mala entrenadora como yo pensaba.
—¡Ey! La falta de experiencia no significa que carezca de talento.
Mientras tanto un hombre vestido con una gabardina negra, sombrero a juego y un bastón, observa el combate desde la parte alta de la grada. No hay nadie sentado alrededor y dos guardaespaldas vigilan el acceso. Mantiene las manos sobre la cabeza del bastón justo frente a él, tapándole parte de su cara, pero deja ver una mirada gris y cansada. El iris del ojo derecho va cambiando suavemente de color en una transición continua. La paleta de colores es amplia e impropia del ojo humano.
—¿Ese es el chico? —inquiere a su asistente. —¿El del brazo biometálico?
—Sí, ese es, jefe. Tiene una izquierda rápida y demoledora. Y por lo que veo ahora opta por esquivar más y bloquear menos. Es bastante bueno.
—Um. Solo eso no es suficiente. Su propuesta es absurda. Ilógica. Aún tiene que mejorar mucho si algún día quiere…
Un inesperado y poderoso derechazo de Tigre rompe la defensa de Tiburón. Luego le sigue otro y después otro en un abrir y cerrar de ojos. Su oponente cae al suelo y el árbitro para la pelea. Tiburón está aturdido. Es incapaz de centrar la mirada ni levantarse. El árbitro realiza la cuenta y suena la campana. Tigre es el vencedor y el público le vitorea.
—Tiene fuerza, velocidad y una motivación muy fuerte, jefe. Puede que su propuesta parezca absurda, pero va en serio. No es un nuevo gallo que solo quiere pavonearse. Es un cazador.
—¿Qué motivación puede tener si no es la fama o el dinero?
El asistente mira a su jefe algo desconcertado.
—¿No le resulta familiar, jefe? ¿No sabe quién es?
El hombre agudiza la mirada. El iris de su ojo sintético se vuelve del color del oro. Observa cómo Tigre recibe la ovación y se marcha con su entrenadora.
—Vaya. Ahora lo entiendo —se levanta apoyándose en el bastón. —Quiero hablar con él.
—Entendido.
Poco después el hombre camina por un largo pasillo acompañado de su asistente y sus dos guardaespaldas. El asistente abre la puerta del vestuario de Tigre sin llamar y encuentra a Eva y a Simón comentando el combate mientras le aplican gel reparador en las heridas del rostro del boxeador. Eva pronto se encara a los recién llegados.
—El vestuario está restringido. No puede pasar así por así y menos sin llamar.
El hombre del ojo sintético accede al interior.
—Me gustaría hablar con el chico.
Simón lo reconoce de inmediato. La expresión de su rostro muestra pavor.
—Espere en la zona mixta como todo el mundo.
—A solas, si puede ser.
—No. No puede ser —dice Eva cruzándose de brazos.
Simón la rodea con el brazo y se la lleva del lugar.
—Perdónenos. Esperaremos fuera a que terminen de hablar.
Eva se sorprende de la repentina reacción sumisa del analista. Este la fuerza a salir acallando sus protestas. Una vez fuera la aparta unos metros de la puerta y los guardaespaldas que la custodian.
—¡¿Te has vuelto loca o es que no conoces a ese hombre?! —dice a media voz.
—¡Me da igual quién sea! No puede venir exigiendo así como así.
—Ese hombre es Gredos —Simón hace marcados aspavientos. —No puedes decirle que no a Gredos. Nadie le dice que no. Al menos nadie que quiera seguir respirando.
—Pero qué dices. Ni que fuese un mafioso.
—Pequeña, él es el jefe de la mafia de toda la maldita ciudad. Armas, drogas, prostitución, apuestas y, por supuesto, peleas.
Eva abre los ojos como platos y baja el tono de su voz hasta casi el susurro.
—¿Él es el jefe de la mafia?
—Sí.
—¡Joder! ¡Soy idiota!
—¡Sí!
—Podrías haberme avisado.
—¡Pero si te has puesto chunga antes de que pudiera decirte nada!
Eva mira la puerta. Uno de los guardaespaldas le sostiene la mirada. Viste de negro, lleva gafas de sol y tiene las manos enguantadas. En el pequeño hueco entre el guante y la manga de la camisa se puede ver biometal en lugar de piel.
—¿Y qué quiere ese tal Gredos de Tigre?
—No lo sé, pero no creo que sea nada bueno. Dicen que Gredos muestra respeto por los luchadores y está en contra del amaño de combates. Pero es la mafia. Yo no me fío de lo que digan.
Un movimiento en la puerta pone en alerta a la pareja.
—¡Ya sale, ya sale!
Tanto Eva como Simón se silencian y tratan de disimular. Gredos sale del vestuario y se dirige hacia la salida acompañado de su escolta.
—Excelente trabajo, señorita —dice al pasar delante de Eva, pero sin pararse ni dirigirla la mirada.
—G-gracias —responde ella con un hilillo de voz.
Cuando desaparecen en el recodo del pasillo Simón y Eva suspiran aliviados. Acto seguido corren al vestuario. Tigre se encuentra poniéndose una camiseta de calle. Unos hilos especiales reacciona el calor del cuerpo y se iluminan formando el dibujo de la cabeza de un tigre que ocupa el pecho y el abdomen.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué quería ese hombre? —avasalla la entrenadora. —¿De qué quería hablar contigo?
—He hecho un trato con él.
—¿Un trato? ¡¿Has amañado un combate?! —se enfurece ella.
Simón aconseja bajar la voz.
—No. Nada de combates amañados. El trato es otro.
—¿Cuál? ¿Qué habéis acordado?
Tigre recoge su mochila y se dirige a la puerta.
—Es algo personal. No os concierne.
El boxeador se marcha por el pasillo. Eva se enfurece más a cada segundo hasta que no puede más y estalla contra una de las taquillas.
—¡Tigre idiota!La cerradura electrónica de la taquilla chisporrotea