
La editorial “Razones” mandó imprimir una edición del libro El arte de callardel abate Joseph Antoine Thoussaint Dinouartel 9 de mayo de 1996, para conmemorar el 225 aniversario de su publicación original en 1771 en plena Ilustración francesa. Era un libro de pequeñas dimensiones, casi como una tableta de chocolate, de tapa dura y portada discreta que mostraba con grandes letras el título y el autor sin más detalles.El librito salió de los talleres de impresión de la empresa Impresiones Guzmán S.l.situada en el polígono de Fuenlabrada, a 30 kilómetros de Madrid. Por entonces, en la sala de encuadernación se ordenaban los libros salidos de una cinta transportadora que los deslizaba por una rampa depositándolos con suavidad hasta unas plataformas donde los ejemplares, recién nacidos, se apilaban. Era el paso previo a que se pusiera el palé completo en un mecanismo que lo cubría con una envoltura de plástico. Justamente en ese momento, un empleado lo enganchó con una máquina transportadora y cuando llegó a la altura de la plastificadora, tomó el libro que culminaba la pila, lo abrió por una página al azar y leyó: “Deseo que lapresente obra sea útil en esta época en que el silencio se ha vuelto indispensable, por ser, para muchas personas, un medio seguro de conservar el respeto…”. Al tiempo, le dio un mordisco a una manzana que iba comiendo, y una gota de la fruta flotó en el aire hasta depositarse en esa primera página dejando una pequeña marca, como el ojo de un insecto.El librito así manchado viajó en un camión hasta Valladolid, terminando en la Librería Castilla, en la sección de Ensayo. El 7 de septiembre de 1996 Eugenio Ladero, catedrático de Filosofía en la Universidad, lo compró y lo colocó en la estantería de su habitación despacho.
En los siguientes tres meses el profesor Ladero hizo intento de leerlo; lo sacó de la estantería, lo sostuvo entre sus manos mientras examinaba por fuera sus tapas y finalmente lo puso donde estaba. En esa estática quietud permaneció el libro por mucho tiempo, hasta que el 19 de abril de 2001, el profesor Ladero tuvo una violenta discusión con su esposa Laura Folguera en la que ésta, presade la furia estampó contra la pared varios libros mientras ambos se chillaban desaforados. Uno de ellos fue precisamente El arte de callar que quedó algo maltrecho; un bloque de varias páginas se descolgó en una parte de la encuadernación del libro y en la tapa de la portada quedó una pequeña muesca como cicatriz del golpe.El 14 de enero de 2002, el libro viajó a Zaragoza a la nueva casa de Laura Folguera, recién divorciada. Viajó amontonado junto con muchos otros en una caja de cartón. Al abrir la caja, tras llegar a su destino, su nueva dueña separó todos los libros en dos bloques; los más grandes y lustrosos, fueron a ocupar su lugar en la nueva boiseriedel salón, los peor conservados, fueron a parar a una pequeña habitación donde se metieron en una estrecha cajonera. El libro pasó los 421 kilómetros que separan Valladolid de Zaragoza sin ser abierto y su nuevo destino no cambió su situación. La casa era alegre y jovial, Laura Folguera tenía a menudo invitados, sonaba la música con frecuencia, pero el libro sólo salía de la oscuridad cuando, una vez cada quince días, Adelina Araujo, empleada del hogar, abría la portezuela y pasaba el plumero por su superficie.El 13 de agosto de 2006 esa misma portezuela se abrió y unas manos jóvenes colocaron los libros que allí había en una caja. Las manos eran de Raúl Folguera, sobrino de Laura. Con motivo de su desplazamiento a Madrid para cursar nuevos estudios de Biología, su tía le regaló los libros que no estaban para el salón pensando que a fin de cuentas a alguien que estudia en la Universidad le resultarían útiles. Raúl los cogió con la ilusión de llenar su nueva vida de soltero de objetos. Así nuestro librito recorrió los 314 kilómetros que separan Zaragoza de Madrid en una vieja furgoneta aplastado entre maletas, raquetas de tenis y bolsas con zapatos y botas.
Cuando llegó a su nuevo hogar algunas de las páginas se habían doblado por uno de sus vértices. Un viejo mueble les esperaba en la habitación del piso que Raúl compartía con otros estudiantes y que contaba con una cama pequeña iluminada por una ventana que daba a un patio interior, un armario empotrado de puertas correderas y una mesa de estudio con una silla con ruedas. El libro fue colocado con desdén en las estanterías más altas, donde el polvo se acumulaba con más facilidad y se situaban los útiles de uso menos frecuente. En la mesa de estudio se instaló un ordenador que crepitaba con los juegos que consumían las horas de Raúl después de clase.El 22 de mayo de 2010 un hombre con guantes en la habitación del estudiante metió todos los libros llenos de polvo en una caja y, acto seguido, le dio a Raúl Folguera un billete de veinte euros. Todos ellos acabaron en la Librería Clavileñode libros antiguos y de segunda mano. Reposaron en repisas alineados boca abajo mostrando impúdicamente el lomo con sus títulos. La tienda poco frecuentada situada en un oscuro callejón del centro abría su puerta desportillada a curiosos, transeúntes, bibliófilos y demás fauna poco corriente. Muchas veces El arte de callarfue manoseado y vuelto a colocar en su sitio.
La Librería Clavileñose cerró el 20 de octubre de 2015 acosada por las deudas; en su lugar hay una tienda de telefonía móvil con un luminoso de vivos colores.
Hoy, un día cualquiera de otoño, un hombre grueso con botas de goma y mono azul gastado camina por el sendero de tierra que discurre entre grandes montículos de desechos en una explanada en el Polígono Tajapiés de Fuenlabrada. Neumáticos viejos, carcasas rotas de plástico, bidones de cristal arañado conforman las pequeñas montañas. Ha llovido toda la noche y el suelo embarrado pega sus botas al suelo mientras se dirige al gran vehículo con pala excavadora con la que seguirá construyendo cordilleras de restos de utensilios que conforman un gigantesco cementerio de objetos que algún día fueron algo y hoy esperan la glaciación, la extinción.Delante de sus pies, entre los charcos de barro, aparece un pequeño librito, sucio, descoyuntado, con las esquinas de las páginas dobladas, el lomo ligeramente descuadernado y una mancha de manzana en su primera página; El arte de callar. Qué título tan curioso. El hombre en la mañana fría, con el vaho de su respiración diseminando nubes a su alrededor se para, abre una página al azar y lee: “El hombre nunca es más dueño de sí que en el silencio: cuando habla parece, por así decir, derramarse y disiparse por el discurso, de forma que pertenece menos a sí mismo que a los demás”.Lo cierra y, como se lanza una piedra al río, lo tira a uno de los montículos que se apuestan a un lado.El libro entonces ha cumplido su ciclo vital; como los salmones, ha remontado las distancias y las situaciones y ha terminado en el mismo lugar en el que nació. Sus palabras sólo pudieron verse por dos personas; el que le vio nacer y el que le vio morir. Descanse en paz.
Rebosa sensibilidad. Muy bonito. Gracias.
Me gustaLe gusta a 1 persona