
El perro lo miró, triste. No gruñó, ni mostró los dientes. El hombre necesitaba su carne como el aire para sobrevivir un día más, por eso solo lo miró cuando apoyó el cuchillo entre sus costillas.
Los encontraron varios días después, medio enterrados en la nieve, abrazados. Los dos habían muerto de hambre y de frío.