Este artículo aparecido en El Confidencial lleva el título que va debajo y plantea las diferencias culturales y de elección sexual que influyen en la escritura (y los escritores) -j re crivello
Manuel Puig y «el asqueroso Vargas Llosa»: un escritor contra los machos rojos del boom
Un libro de Manuel Guedán reivindica la figura del autor de ‘Boquitas pintadas’, marginado del boom latinoamericano por su homosexualidad y su apoliticismo.
Difícilmente puede considerarse que Manuel Puig formaba parte de aquel núcleo de escritores cuya sombra se prolongó durante décadas, si bien la crítica anduvo a vueltas con si pertenecía al boom, al postboom o a alguna otra periferia. En 1956, con 24 años, Puig se instaló en Roma con una beca para estudiar dirección en el Centro Sperimentale di Cinematrografia. En 1963 se mudó a Nueva York, donde trabajó para Air France. De allí se llevó unas líneas en forma de guion de cine que recogían las voces que había escuchado durante su infancia en General Villegas, pero el proyecto original acabó por convertirse en su primera novela, ‘La traición de Rita Hayworth’.
Un desvío, el de guionista frustrado a novelista por accidente, que cobraría un gran peso simbólico en su trayectoria. Desde Estados Unidos, y aprovechando sus constantes viajes, empezó a mover la publicación del manuscrito que había terminado. Ese mismo año quedó finalista del premio Biblioteca Breve, pero la obra no vería la luz hasta 1969, cuando él ya había regresado a Buenos Aires. Puig, como se deduce de estos hechos, estuvo alejado de Latinoamérica durante el tiempo en que se forjaron las relaciones personales y afinidades políticas entre los miembros del boom y en los años de la eclosión mediática del grupo, así como durante la Revolución cubana, hecho capital para aquella generación.
Puig se formó antes en las salas de cine que en las bibliotecas, lo que terminó de acrecentar la distancia con respecto al grupo de escritores. Con una formación cultural menos aristocrática y rígida —interesado en el pop art y devoto del cine clásico de Hollywood, la música popular, los radioteatros y la televisión—, Puig fundó el mito del escritor que procede de fuera de la literatura. Y la ciudad letrada no tardó en declararse amenazada y pasar al ataque.
‘Literatura Max Factor’
En sus cartas y entrevistas Puig jugaba a ser el ‘enfant terrible’ que no por ello ha perdido su ingenuidad, y se mostraba ajeno al potencial provocador de sus declaraciones. A través de sus declaraciones fue construyendo un heterodoxo panteón literario donde convivían los nombres de la alta cultura reducidos a pequeños rasgos, con figuras kitsch. Decía sentirse muy atraído por Kafka y Faulkner, aunque se apresuraba a matizar, «no es que los haya leído exhaustiva ni apasionadamente» (Corbatta 2009: 241). A Joyce lo cogía con pinzas: «Yo lo que tomé conscientemente de Joyce es esto: hojeé un poco Ulises y vi que era un libro compuesto con técnicas diferentes. Basta. Eso me gustó» (Piglia 1993: 115).
En una entrevista Puig confiesa que le gustaría escribir para la televisión por sus «alcances incalculables» y da cuenta de cómo la cultura audiovisual ha modelado el sistema de valores:
«Se pierde mucho tiempo leyendo. ¿Para qué leer? Mejor es vivir, disfrutar de la vida. (…) La vida de por sí es complicada, no le busques más complicaciones. Ocurre que soy perezoso, un típico haragán que quiere que le hagan las cosas. Leo a veces, cuando tengo ganas, biografías, un poco de historia, pero más leo historietas o veo dibujitos animados… Tom y Jerry, Donald o la Pantera rosa. O si no miro teleteatros, otra de mis grandes pasiones. (…) Se aprende mucho mirando teleteatros». (Almada Roche 1992: 50)
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